HERMANAS PARTIDA DIAZ

(Maestra) (Llamadas Las Porronas)

   En las décadas de los cuarenta y cincuenta existió en Facinas una escuela donde las hermanas Josefa, Rosario y Remedio Partida Díaz, llamadas las señoritas Pepita, Rosarito y Remedito,  impartieron clases a los niños y niñas del pueblo.

         Procedían del pueblo gaditano de Jerez de la Frontera y nunca supe porqué eligieron este pueblo para montar aquel negocio, ya que aquella escuela era de carácter privado y ellas no tenían titulación de maestras.

         Cobraban una módica cantidad mensual a los alumnos, que creo recordar eran quince pesetas, y me acuerdo de la cantidad, porque en una ocasión que mi madre me dio el dinero para pagarle, me lo gasté, “tentado” por el demonio de  Elías Quintana, en caramelos comprado en la tienda de Luz Álvarez. Después dije en mi casa que los tres billetes de cinco pesetas se me habían caído en el arroyo que pasaba por delante de donde vivía Corbacho (intersección entre las calles Molino y Nuestra Sra. de la Luz).

         Los alumnos y alumnas pertenecíamos a todas las edades, y solamente éramos separados por sexo. Los niños en unas clases y las niñas en otra. El lugar era en un edificio medio en ruina con una casa de dos plantas, comunicadas entre sí por una empinada escalera de obras, cuyos escalones costaban trabajo subirlo a los más chicos, dado su altura. Un enorme y destartalado patio lleno de escombros que demostraban una decadencia constante,  completaba la “instalación”.  La escuela estaba ubicada en la entreda del pueblo, donde hoy tienen el almacén-garaje los Hermanos Rosano

         En el piso de arriba estábamos los niños y abajo las niñas. Horarios de mañana y tarde. Ellas se repartían las horas a su conveniencia o por materias, de eso no me acuerdo. Si recuerdo que no había recreo, y que los chiquillos de entonces “empicados” más en jugar por la calles, hacíamos lo posible por no acudir a la escuela, para lo que hacíamos  “rabonas”  casi todos los días, los “finos” le decían “novillos”. Mis padres y algunos otros, en vista de las quejas de las maestras por nuestras faltas de asistencias un día sí y otro también, decidieron que nos quedásemos allí  durante el descanso que había entre mañana y tarde. Para ello una apersona nos llevaba la comida.

Era en aquellas horas cuando los “reclusos” tomábamos contacto con el “caserón”. Allí dábamos rienda suelta a nuestra imaginación organizando batallas a espada o a pedradas. Recuerdo que había los restos de lo que en su día habría sido un coche, parte de la carrocería y trozos de chapas diseminadas por los alrededores. Lo que fuera un vehículo transportaba nuestra imaginación hacia aventuras por otros mundos

         La base de los conocimientos de las personas que hoy contamos entre sesenta y cinco y setenta y cinco años, la adquirimos allí. Después algunos pasamos a la escuela nacional, y otros se quedaron con la única enseñanza recibida por las hermanas Partidas, que estaban “rebautizadas” como “Las Porronas”. Nunca supe con exactitud por qué le llamaban así, creo recordar que decían que procedían de Los Porros, cerca de Tarifa.

         Su falta de titulación no fue obstáculo para que supieran darnos una enseñanza variada, completa y de mucho valor, hay que tener en cuenta que carecían de cualquier medio.

         Cantando nos hicieron aprender de memoria lo más importante de nuestra geografía, geometría o aritmética. En unos tiempos donde el régimen político se apoyaba en la iglesia, era obligatorio estar en continua evangelización. El “catecismo” lo repasábamos una y mil veces, y recitábamos o entonábamos de “carrerilla” todas las oraciones, mandamientos de la Ley de Dios, o  sacramentos de Nuestra Santa Madre Iglesia.


         Cada una de las maestras tenía su carácter y los chiquillos teníamos nuestras preferencias. Pepita era la mayor y la más seria y exigente. Rosarito más comunicativa entre la rigidez de Pepita y la amabilidad y simpatía de Remedito. Esta última era la preferida de todos, posiblemente porque “pasaba” un poco de la enseñanza y se afanaba más en las cosas más distraídas.

         Tanto Pepita como Rosarito, apoyaban algunas veces su autorizad en una vara o regla con las que “azotaban” a los más rebeldes. En una ocasión quise sobornarlas y le traje una varita de membrillo del huerto de mis abuelos para ganarme alguna impunidad. Poco tiempo duró aquella complicidad, ya que en cuanto me “escantillé” la sentí cruzarme el trasero en toda su extensión.

         El material y el mobiliario eran también  especiales si los comparamos con los actuales. El papel se utilizaba poco. Las cartillas de primero, segundo y tercer grado, y las enciclopedias. En ellas se concentraban todo lo “aprensible”, y no era poco.


         Para escribir, una pizarra con un trozo de trapo y un pizarrín atados a ella. Había pizarrines más largos, negros y duros y otros cortos, algo más gruesos y blancos que le decíamos de “manteca”. El trapo era para borrar continuamente lo que se escribía, la mayoría de las veces ayudados por una “salibilla”.
         El mobiliario era generalmente particular, es decir, cada uno llevaba su propio “banquete” donde sentarse. Los había de corcho o de madera. Algunos bancos donde cabían varios niños eran aportados por las maestras. Mesas recuerdo pocas
         Los mayores y más “talentosos” podían utilizar la tinta para escribir. Un tintero contenía el líquido que podía ser azul o negro, y una pluma el utensilio para mojarlo. Las plumas tenían dos partes; el palillero y el plumín, cuando se “rayaba” éste se cambiaba por otro. Eran frecuentes los “borrones” al caer alguna gota de tienta en el cuaderno. Un papel “secante” se hacía cargo de enjugar el líquido, pero no la mancha, ésta continuaba como acusación del descuido.
         Algunas anécdotas permanecen en los recuerdos de aquella generación que acudimos a la escuela de Las Porronas, yo he apuntado aquí parte de lo que aún queda en mi mente, pero estoy seguro que muchos habrá que las aumente y mejore.
         Recuerdo a muchos amigos con los que compartí esa etapa tan entrañable de nuestras vidas, y sobre todo mi reconocimiento y agradecimiento a estas maestras que con su capacidad supieron enseñarnos muchas cosas que las hemos utilizado en transcurso de nuestras vidas. Yo las tengo en un rincón especial de mi memoria, en ese donde reposan los pasajes inolvidables de mi vida.   


Mari Quintana Guerrero, con nueve años en el colegio de las hermanas Partida

Facinas febrero de 2010
Sebastián Álvarez Cabeza